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Triunfalismo y perdón un nuevo dilema

Si bien el triunfalismo es un mal consejero, debe ser un estímulo para creer en una posibilidad cierta de un triunfo que hay que defender, cuidar y crear las herramientas para su blindaje

  • PEDRO ARCILA

27/04/2024 05:00 am

La semana por terminar ha resultado auspiciosa. La concurrencia de personajes y personeros protagónicos en las diferentes escenas del acontecer internacional, ha puesto los ojos noticiosos en Venezuela. Los gritos desaforados y las amenazas cotidianas a las que se acostumbró el colectivo nacional, han tenido un viraje tragicómico y la otrora floración de sentimientos de animadversión, hoy día se inclinan hacia la compasión, incluso podría afirmarse, encauzar una fuerza de comprensión con toque de humor criollo, que desarma la arrogancia y abre una compuerta posible de entendimiento. El análisis del terror que implica la posibilidad de un futuro incierto, es una condición humana; la lástima hacia el bravucón que se siente indefenso, es inevitable en los hombres y mujeres de fe, aun cuando las acciones de largos lustros han sido de ensañamiento y edificación de barreras infranqueables con el estado de Derecho, así como con los principios de convivencia serena y aceptable con quienes piensan distinto.

El cristianismo a diferencia de otras ramas del pensamiento religioso, profesa la caridad y la empatía hacia el desvalido, convirtiendo a quienes nacieron y crecieron en ese mundo mágico de esencia crística en seres sentimentales empedernidos. Ningún ser pensante resulta ajeno a un sentimiento de nobleza, por ello, no es inconsistente la conducta de un individuo que muestra sin tapujo el brillo de una lágrima ante el maltrato de un cachorro, se empecina en construir penas aleccionadoras para el maltrato animal; mientras tanto, sin remordimiento alguno separa familias, encierra inocentes, destruye reputaciones de personas honorables para favorecer negociados (que no ideología). Josef Mengele “el ángel de la muerte” se deprimía cuando se enfermaba y moría uno de sus gatitos, mientras experimentaba con gemelos, –según sus biógrafos -era un sentimental.

Como aun no culmina la semana del libro y el lector, vale la pena una lectura mesurada del momento y hora que se vivió en los últimos días -incluyendo la inocente expresión rochelera “yo no jui”-, con la visita del Fiscal de la Corte Internacional de Justicia. Sin lugar a dudas se abrieron algunas puertas cerradas, se aceitaron bisagras e incluso milagrosamente se curaron algunos “estreñimientos”, que coadyuvaron a liberación de “sentimientos” impactados, aunque por debajo de la mesa se lanzaron algunos “piñizcos” a los vecinos “incomprensivos”. De todas maneras después de tantos años de confrontación se pudieron oír uno que otro esbozo de “entendimiento”, puentes tendidos desde la diplomacia, ofertas de salvavidas, en el momento en que un Presidente vecino propone un pacto para “perdonar la vida del vencido”, al buen estilo de un excombatiente, que se acostumbró al identificar al adversario político como un “enemigo u objetivo militar”, aunque se erija como paladín de las prácticas democráticas.

Sin embargo, entre tantas opiniones, alegrías de oportunidad por superar escollos o suspiros de impotencia por quienes ven “Accesible la presa” y no pueden atraparla, -frente al ojo del guardaparques -, hay dos situaciones que requieren de unidad de criterios, esfuerzos intelectuales y fortaleza espiritual para asumirlas con propiedad y sentido práctico, dos situaciones planteadas en simples palabras: TRIUNFALISMO y PERDÓN.

Podemos estar seguros de que el momento político no tiene parangón con otros escenarios históricos; existe un sentimiento nacional que no se expresa en algunos sectores, y resulta exagerado en otros escenarios y acciones que invaden los espacios del ambiente electoral; hay seguridad y esperanza de triunfo mas allá de una idea abstracta, en el 80% de una población donde se olvidan pasiones ante la realidad trágica de una nación donde de manera olímpica, se habla de miles de millones de dólares “extraviados”, pomposa exposición de autos de lujos y conciertos extravagantes; al tiempo que se hace una inversión en tiempo y recursos para que “el soberano decida” si prefiere abastecimiento de agua potable, o servicio de electricidad; recuperación de los servicios de salud o mantenimiento de parques nacionales; por cierto, no hubo consulta cuando se decidió cerrar dichos centros asistenciales, tampoco cuando se otorgaron concesiones a socios y amigos para grandes explotaciones mineras con la consecuente destrucción del pulmón vegetal en las riberas de nuestros grandes ríos.

La seguridad no es triunfalismo, en el ambiente hay aroma de compromiso, de seriedad en la empresa con un plan de trabajo coherente, metódico y que a pesar de las diferencias propias entre seres pensantes, han bajado en gran medida las situaciones de crispación, las tendencias absolutistas y medianamente se enrumba el país hacia una gran concertación; por cierto, el humor criollo ya resta importancia a las mentiras y chistes malos de promesas del pasado, o creación mediante inteligencia artificial de contenidos, que degradan a quienes se muestran como bandera de los procesos no solo de transformación, sino de conciliación y búsqueda de un clima de paz –aunque mediana -, en la misión de reconstrucción necesaria de la nación. Nadie ha triunfado aun, el objetivo sigue siendo el mismo: el re-encuentro de la familia con su país.

En cuanto al perdón, no implica impunidad, tampoco olvido. Entender la justicia como un acto del estado que respeta la dignidad humana; valora los principios de reconocer en el otro razones y opciones de equivocación, más, lejos de un acto de venganza, se requiere de mesura y demostrar al contrario la diferencia en la actuación individual, sin resentimientos y con sentido verdadero de ecuanimidad. La rabia y color del deseo homicida a veces se mitigan cuando cesa la causa, o se ve un panorama distinto, un escenario de nuevo amanecer. Hace más de 130 años (1.887), el poeta guatemalteco Ismael Cerna Sandoval (1.856-1.901), victima al igual que toda su familia de expropiación de bienes, encarcelamiento, tortura y malos tratos por parte del Presidente Justo Rufino Barrios, la causa: ser hijo del último Presidente conservador, al enterarse de la muerte de su verdugo, escribió un texto que sigue siendo símbolo de enlace entre el romanticismo y el pre-modernismo literario: No vengo a tu sepulcro a encarnecerte,/ no llega mi palabra vengadora/ ni a la viuda, ni al huérfano que llora,/ ni a los fríos despojos de la muerte:// Ya no puedes herir ni defenderte,/ ya tu saña pasó, pasó tu hora;/ solamente la historia tiene ahora/ derecho a condenarte o absolverte.// Yo que de tu implacable tiranía/ una víctima fui, yo que en mi encono/ quisiera maldecirte todavía, // no olvido que en un instante en tu abandono/ quisiste engrandecer la patria mía./ Y en nombre de esa patria te perdono…!//

Si bien el triunfalismo es un mal consejero, debe ser un estímulo para creer en una posibilidad cierta de un triunfo que hay que defender, cuidar y crear las herramientas para su blindaje. Por su parte, el perdón no es fácil de digerir, pero en ambos casos surge la necesaria disponibilidad para asumir el reto de reconstruir la democracia y la convivencia ciudadana. ¿Cómo lograrlo? He allí el dilema.

Pedroarcila13@gmail.com  
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